A ambos lados se alzaban altos cipreses, que, comparados con los cerezos que crecian abajo, parecían severos, imponentes y, al igual que la abadía,l extrañamente fuera de lugar.
- ¡He oído que los soldados hacen cosas horribles a las monjas! -susurró Valentine al oído de su prima-. ¡Si uno se topa con una moja, en el bosque, por ejemplo, inmediatamente se saca una cosa de los pantalones, se la mete a la monja y la menea! ¡Y cuando acaba, la monja tiene un niño!
- ¡Vaya blasfemia! -exclamó Mireille apartándose de Valentine e intentando disimular la sonrisa que esbozaban sus labios-. Creo que eres demasiado descarada para ser una monja.
- Es lo que vengo diciendo des de hace tiempo -reconoció Valentine-. Prefiero ser mujer de un soldado que esposa de Cristo.
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Eso es del Ocho
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