martes, 28 de abril de 2009

Abadía de Montglane, Francia, primavera de 1790

A ambos lados se alzaban altos cipreses, que, comparados con los cerezos que crecian abajo, parecían severos, imponentes y, al igual que la abadía,l extrañamente fuera de lugar.

- ¡He oído que los soldados hacen cosas horribles a las monjas! -susurró Valentine al oído de su prima-. ¡Si uno se topa con una moja, en el bosque, por ejemplo, inmediatamente se saca una cosa de los pantalones, se la mete a la monja y la menea! ¡Y cuando acaba, la monja tiene un niño!

- ¡Vaya blasfemia! -exclamó Mireille apartándose de Valentine e intentando disimular la sonrisa que esbozaban sus labios-. Creo que eres demasiado descarada para ser una monja.

- Es lo que vengo diciendo des de hace tiempo -reconoció Valentine-. Prefiero ser mujer de un soldado que esposa de Cristo.